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Confianza antes que disciplina: acompañar la escritura sin peleas

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Vuelves a escuchar lo mismo de la profesora: “Tu hijo no terminó su escritura”.

O quizá peor: “Ni siquiera empezó”. Y se te hace un nudo en el estómago. Porque sabes que es capaz. En casa no para de hablar. Cuenta historias con los ojos brillando, las manos volando y la imaginación desbordada.  Pero en clase, le dan una consigna para escribir y de pronto… silencio. Mirando al vacío, inquieto, sin hacer nada.

 

Y si eres honesto, una parte de ti empieza a pensar si no será terquedad. Si está poniendo a prueba el sistema. O evitando el trabajo porque sabe que, al final, alguien intervendrá.

Pero aquí está el punto…

Un niño que se bloquea ante una hoja en blanco no está desinteresado; está en crisis.  No una crisis dramática, a los gritos o desafiante. Sino un apagón silencioso, invisible, a nivel del sistema nervioso. Porque en ese momento no se enfrenta solo a una tarea de escritura. Se enfrenta a un espejo.

Un espejo que podría devolverle algo que le aterra ver: “Tal vez no soy bueno en esto. Tal vez me saldrá mal. Tal vez todos verán que no soy tan listo como creen”.

 

Y si la elección es entre escribir y arriesgarse a la humillación… su cerebro elegirá el silencio una y otra vez. Así que, si quieres ayudar, no empieces hablando de escritura. No hables de metas. No ofrezcas incentivos.

Todo eso es ruido para un niño cuyo cerebro ya decidió que empezar = peligro. Lo que necesita es un sistema nervioso que se sienta lo bastante seguro como para arriesgarse.

 

Empieza sentándote a su lado la noche anterior, no con un sermón, sino con presencia. Saca un papel y di: “Escribamos algo tonto. Una palabra. Ni siquiera tiene que tener sentido”. Y vas tú primero. Garabatea algo ridículo. “Cohete patata”. “Cebra brillantina”. Lo que sea que le haga reír y baje la presión.

Luego pásale el bolígrafo y dile algo como: “Si quieres, agrégale algo”. Ese momento, si lo toma, reconecta algo por dentro. Porque ahora su cerebro recibe un mensaje nuevo: empezar no tiene por qué dar miedo; puede ser seguro, incluso divertido.

 

Y si al día siguiente trae a casa una hoja a medio hacer… Quiero que lo celebres. No porque esté terminada. Sino porque eligió empezar. La confianza no se construye empujando más fuerte. Se construye haciendo que “empezar” se sienta posible.

 

Recuerda: esto no es un problema de disciplina. Es un tema de identidad.

Y tu trabajo no es arreglar su conducta. Es cambiar la historia que cree sobre sí mismo.

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