“No se que te pasó en la vida, pero estás radiante”, escribí a uno de mis contactos en redes sociales. Han pasado varios años desde la última vez que la vi en la oficina en la que trabajábamos juntas. Recuerdo que me invitó a su matrimonio, evento al que no pude asistir porque era en una ciudad costera del país y si mi memoria aún no falla lo suficiente, la fecha programada era fin de año.
Por sus fotos publicadas se que tiene dos hijos pequeños. Ella fue una mamá joven que a estas alturas no debe superar los 33 años.
“Para que los hijos sean felices, la mamá debe sentirse feliz. Preferí el ejercicio a una cirugía y ahí voy” contestó de vuelta.
Al igual que otros de mis contactos en redes, María se divorció de su pareja y después de la firma de la disolución de la sociedad conyugal se miró al espejo.
Descontenta con el resultado de varios años de matrimonio, dos embarazos y los jóvenes treinta y tres que la adornan, sacó los tenis del closet que usaba para cualquier tipo de actividad, amarró con fuerza los cordones y salió a correr.
Ha invertido meses, ha gastado litros de sudor, ha arrastrado el cansancio hasta el gimnasio y se ha privado de los “pecados” comestibles que tanto la tientan, pero el resultado es maravilloso. María sonríe ahora con más frecuencia y sus chiquitines se llenan a diario de ella.
Hijos felices… es lo que la mayoría de madres que conozco desean cada mañana del año y me incluyo en ese combo, y si uno de los motivos por los que mamá no puede sentir felicidad es la apariencia física, bienvenido sea el cambio responsable.
Qué difícil es pintarles ese mundo en el que los colores son brillantes y los olores son suaves para el alma cuando se tiene un corazón en llanto. Conozco varias madres que ven pasar el calendario en medio de un aguacero incesante pero en el día los óleos y los pinceles son sus herramientas de batalla, así en las noches las lágrimas y el silencio sean su única compañía. Recuerdo la mía en una época gris de la vida en la que la tenacidad se sobrepuso a la alegría, pero con fortaleza y disciplina logró salvarle la vida a una de mis hermanas.
Fuerza incalculable, invaluable e inmedible es lo que un hijo le da a cambio a una madre desde el momento mismo de su nacimiento. Esa energía interior que nos mueve desde las entrañas hasta el corazón hacen que los pensamientos se organicen en la corteza más avanzada de la evolución para tomar decisiones acertadas que tengan resultados positivos para el bienestar de ellos, y si es de ellos, es propio.
Mamá feliz… es lo que todas deseamos, por nuestra tranquilidad personal y para que ellos sean felices también. Una bonita relación que va más allá del cordón umbilical y las canciones de cuna, porque esta perdura hasta nuestra última respiración.
Que vivan entonces esas mamás que se amarran fuertemente los cordones de los tenis a diario, también las que decidieron dejar de lado una relación por bienestar propio, aquellas que no firman un disolución conyugal porque no es necesario, y aquellas que se miraron al espejo esta mañana y se están encontrando o por fin se encontraron. ¡Todas sin excepción de alguna hemos sonreído varias veces en medio de un aguacero!