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Métete con mi hijo

discriminación

Encuentro inspiracionales algunas de las publicaciones que hacen mis contactos en redes sociales. Una de ellas, un artículo compartido por una madre de tres hijos, con una nota que decía ¡Con mis hijos ni se metan!

El artículo titulado “Trevesti enseña a niños a perrear en biblioteca pública” llamó mi atención. Y después de leerlo, me sigo preguntando qué es lo que realmente le preocupa a ella ¿el travesti o el perreo?
Mi cuestionamiento va dirigido a la enseñanza de un baile en una biblioteca, independientemente del género que sea. Para mi es un espacio sagrado en el cualquier tipo de actividad que se haga debe estar conectada con la lectura, el resto no tiene sentido, para eso existen muchos otros espacios públicos. Pero conociendo a mi contacto por sus diversas publicaciones, intuyo que le preocupa más el travesti y por eso lo quiere lejos de sus hijos, posición totalmente respetable. Y si fuera uno de esos cantantes famosos que encontró en el reguetón la opción de vida para no convertirse en un bandido más de los del barrio en el que creció, ¿La apreciación de mi contacto sería la misma?
Confieso que no soy fan de la música que conquista a medio mundo hoy en día, pero si aplaudo el hecho de que se ha convertido en la ruta a seguir de muchos jóvenes que decidieron cambiar su destino al ritmo del género y no al de las balas.

Días después invité el titular de la publicación a varias conversaciones con amigos, quería saber qué pensaban al respecto y escuchar diferentes puntos de vista. La mayoría concluyeron que tanto el personaje como la actividad dirigida para niños estaban en el lugar equivocado y a ninguno de ellos les preocupó el travesti. Por estas razones me animé a escribir en este espacio y contarles una experiencia reciente con mi hijo.

Crecí en una colegio femenino de monjas españolas, de reglas estrictas, valores bonitos y falda a la altura de la rodilla. Los profesores, al igual que la mayoría de las estudiantes, seguían unos patrones comportamentales que hacían de la convivencia algo llevadero en esos años 90. Lo más “exótico” que hubo en el plantel educativo fue un profesor alto y barrigón que llegaba a la clase de danzas folclóricas con el alcohol escapándose por los poros y la resaca dilatada en las venitas de los ojos azules de sus cuarenta y tantos años. No tuve profesores tatuados a la vista y solamente contrataron, en 9 años que estuve, a un mechudo de crespos rojos que enamoró al colegio con su dulce manera de ser. Esa fue mi experiencia con lo “diferente” que había más allá de los muros del colegio.

Este año llevé a mi hijo a su primer día de campamento de verano. Me mudé a la Florida hace casi dos años y en el salón nos recibió la profesora líder, una norteamericana joven y sus dos asistentes. A uno de ellos lo había visto un par de veces en el año escolar anterior y lo recordaba por sus cantos en la ceremonia religiosa que se realiza todos los viernes en el colegio judío al que asiste mi hijo. Escogí ese lugar a pocos días de llegar a este país por varias razones, pero la más importante fue por el respeto que profesan y el valor que tienen las familias y los niños independientemente de su origen, raza, condición económica u orientación sexual. Ese primer día de campamento de verano, después de dejar al chiquito, pensé en el trayecto a la casa que a él le había tocado un mundo muy distinto al mío. Por primera vez mi hijo tendría un profesor homosexual y la idea me atrapó.

Llegué a recogerlo una tarde de julio y el retoño me pidió que me quedara un rato más porque no había terminado de jugar. Me senté en una de las diminutas sillas de la clase a observar. Una de las niñas tomó la lonchera de otra compañerita y, evitando que alguien la viera, sacó un paquete de dulces y lo escondió en su morral. El profe se dio cuenta y antes de que la muchachita terminara de cerrar la cremallera le pidió que por favor abriera su maleta. La niña quedó pasmada y con la cabeza le indicó que no lo haría, el profe le insistió y ante su negativa tomó el morral y sacó el delito. “Uno no toma las cosas que no nos pertenecen sin permiso, y mucho menos las esconde. Eso no está bien” le dijo con carácter mi nuevo profe favorito, y devolvió el paquete a su lugar de origen. A la pobre se le encharcaron los ojos y él se sentó a observarla. Al notar que a la niña la había paralizado la vergüenza, la tomó de la mano, la sentó en sus piernas y de la manera más cariñosa le explicó las razones por las cuales no se debe tomar lo ajeno. A la pequeña se le escaparon unas lágrimas y él la abrazó y le consintió la cabeza por un rato, y cuando la vio tranquila se sentó a jugar con ella. Eso queridos lectores se llama EDUCAR.

Si, a mi hijo le tocó un mundo muy diferente al mío, y me alegra que desde pequeño pueda tener contacto con las personas que antes se avergonzaban de ser quien eran y vivían ocultas, lejos de sentirse libres y felices. Me place que crezca en un lugar donde las taras sociales y la discriminación sea lo “diferente” que encuentre en las aulas de clase y en el que le enseñen valores esenciales que lo harán un buen hombre. Aprecio la idea de que crezca siendo un ser que respete y sepa tratar a los que no profesan su misma religión, ideología política, cultura y orientación sexual porque, al igual que él, los que están a su alrededor son valiosos por el simple hecho de ser un ser viviente.

Así que querido profe: MÉTETE CON MI HIJO, porque seres humanos como tu, que se midieron al reto de enseñar y educar con amor son los que necesita este planeta en que la mayoría, si no todos, estamos en la constante búsqueda del bienestar. Y a mi querido contacto en redes sociales, espero estar equivocada y que escribas lo mismo si es un cantante famoso el que de la clase en una biblioteca pública. Estás en todo tu derecho.

*Fotografía tomda de www.diversitytoday.co.uk/we-respect-islam-and-gay-people-the-gay-teacher-transforming-a-muslim-school/

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